Los días son pesados, el sufrimiento toca la puerta, los inocentes son perseguidos y los orgullosos miran con desprecio. Bienvenidos a la Cuaresma. Esta temporada nos llama leer los días con los lentes de Jesús. Vivimos cautivos a dioses, vicios, falsedades, hipocresía, lujuria y violencias. Por esto debemos lamentarnos y para lamentarnos necesitamos los salmos.
Los salmos en la Biblia formaron parte integral de la formación espiritual y teológica de Jesús. Fue un salmo lo que recitó cuando estuvo colgando en la cruz (Mat. 27:46) y al invocar a Dios antes de su muerte pronunció otro salmo (Lucas 24:46). Estos salmos son conocidos como salmos de lamento.
Usualmente cuando la gente se acerca a los salmos buscan palabras de aliento, celebración o adoración a Dios. Pero un uso primario para los primeros cristianos era la adopción del lenguaje de lamento para expresar ante Dios las luchas y perdidas de la vida.
El lamento en los salmos incluyen las razones y causas generales de la situación del poeta y el pueblo. Los salmos que se dirigen al lamento personal incluyen una petición introductoria, el lamento, una confesión de confianza, una petición general y un compromiso de adoración (p.ej., los salmos 46, 123, y 126). También encontramos una estructura que refleja una situación existencial: una queja contra Dios, una queja contra el enemigo o una queja contra sí mismo. Considere el Salmo 22 citado por Jesus en la cruz.
Queja contra Dios:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor?
2Dios mío, de día clamo y no respondes;
y de noche, pero no hay para mí reposo.
Queja contra los enemigos:
7 Todos los que me ven, de mí se burlan;
hacen muecas con los labios, menean la cabeza, diciendo:
8Que se encomiende al Señor; que El lo libre,
que El lo rescate, puesto que en El se deleita.
12Muchos toros me han rodeado;
toros fuertes de Basán me han cercado.
13 Ávidos abren su boca contra mí,
como un león rapaz y rugiente.
Queja en contra de sí mismo:
“6Pero yo soy gusano, y no hombre;
oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo.”
8 «Éste confía en el SEÑOR,
¡pues que el SEÑOR lo ponga a salvo!
Ya que en él se deleita,
¡que sea él quien lo libre!»
Necesitamos adiestrar nuestras emociones e imaginación en el lenguaje del lamento. Demasiados discursos en nuestra sociedad van dirigidos a apaciguar los quejidos del corazón y ofrecerle rutas de placebo o entretenimiento para nuestra melancolía. Jesús nos enseña que ante el sufrimiento y la injusticia nuestro lenguaje debe superar el ahogarse en sí mismo, y debe alzarse de las cenizas hacia el Dios que no le teme a nuestros gritos de socorro e ira. El Dios que es vida, luz y amor.
En cuaresma miramos alrededor y caminando hacia la cruz con Jesus, el Cristo, nos lamentamos.