Kevin J. Vanhoozer (Ph. D., Universidad de Cambridge) es Catedrático de Investigación en Teología Sistemática de la Trinity Evangelical Divinity School, IL. Ha escrito una decena de obras como El drama de la doctrina, Remythologizing Theology y Biblical Authority after Babel.
Miroslav Volf, contemplando la Trinidad como el modelo para la comunidad humana, declaró una vez lo siguiente: «La Trinidad es nuestro programa social».[1] Aquí programa es la palabra clave. De acuerdo con Mary Poplin las cosmovisiones son «como los sistemas operativos de una computadora, excepto que están en nuestras mentes».[2]Estas ofrecen la convivencia con otros en el mundo material. Son programas mentales para el florecimiento individual y social.
Herman Bavinck reconoce que la Trinidad es importante para una cosmovisión cristiana: «La mente cristiana no está satisfecha hasta que toda la existencia se remite al Dios trino y la confesión de la Trinidad de Dios funcione en el centro de nuestro pensamiento y vida».[3] Sin embargo, una doctrina no basta para una cosmovisión. James Sire y otros están en lo cierto cuando sugieren que una cosmovisión es la orientación fundamental del corazón sobre la constitución de la realidad expresada en un conjunto de presunciones o como una historia.[4]
Los cristianos creen que la historia de Jesucristo responde a las cuatro preguntas principales de una cosmovisión: ¿Quién soy? ¿En qué mundo vivo? ¿Qué hay de malo conmigo (y el mundo)? Entonces, ¿cómo debo vivir para que florezca en el mundo? La Escritura responde estas preguntas narrando la historia del Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu.
El drama es la encarnación de una historia y el Evangelio narra la manera en que el Hijo de Dios se encarnó «por nosotros y nuestra salvación». Hemos conocido a Dios porque ha actuado en la historia para sacar a Israel de Egipto (Ex 20:2) y a Jesús de la tumba (Hch 13:30). También ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones para unirnos y conformarnos a Cristo (Ga 4:6).
Imaginario social
Desde luego, no todos ven el mundo de esta manera. Otras historias funcionan como el programa de la vida de la mayoría de la gente. Charles Taylor explica nuestra era secular con su noción del «imaginario social»: «la forma en que la gente imagina su existencia social».[5] El imaginario social se refiere a una imagen o marco que da sentido a nuestras creencias y prácticas cotidianas. Por lo general, la gente no aprende la cosmovisión a través de los libros de texto o del salón de clases; más bien, este sentido de que «así son las cosas» es transmitido por imágenes e historias.
El imaginario social es, por consiguiente, la historia que vivimos sin haberla estudiado o reflexionado al respecto, sino la ósmosis cultural que nos ha empapado. Se refiere a la historia que damos por sentado, transmitiéndola a través del lenguaje, las imágenes y las costumbres características de una sociedad. Nuestra era es secular porque la sociedad ya no orienta su lenguaje, imágenes o prácticas a partir de la historia del Dios del Evangelio. Taylor utiliza el término «marco inmanente» para describir la historia secular más amplia (es decir, este mundo) que interpreta el mundo.
Sola scriptura y el imaginario social
Si el análisis anterior tiene algún mérito, deducimos que la mejor manera de recuperar y elogiar la cosmovisión cristiana es que recuperemos y elogiemos la primacía de la historia del Dios trino que encontramos en la Escritura. En particular debemos recuperar el principio de sola scriptura, no solamente como un eslogan de la reforma sobre la norma para la doctrina, sino de la imaginación correcta de la realidad. Sola scriptura es la afirmación de que la Escritura por sí sola debe ser la autoridad suprema sobre la fe, la vida y el pensamiento cristianos, incluyendo a la imaginación.
No se equivoquen: la imaginación es una función cognitiva. Se trata de algo más que la facultad de crear imágenes de la nada. La imaginación puede engañarnos, pero también la razón; piense en las falacias lógicas. Sin embargo, cuando la imaginación funciona correctamente, establece conexiones y discierne patrones. Si el análisis es la razón desarmando las cosas, la imaginación es la razón organizándolas, sintetizando sus pedazos dispares en acciones significativas.
La historia que une a los diversos libros de la Biblia es el resultado de lo que podríamos llamar la imaginación canónica. Estos libros en conjunto permiten que pensemos en los pensamientos de Dios y que imaginemos el mundo como el escenario de su actividad salvífica. La historia bíblica libera nuestra imaginación secularizada para que vea, pruebe y habite el mundo tal y como es verdaderamente: una creación caída a la que el Padre ha enviado a su Hijo y Espíritu para corregir las cosas: un mundo al que Dios ama.
Según Nicholas Wolterstorff, los que evalúan las teorías tienen ciertas creencias en cuanto a qué hace que una teoría sea aceptable. Las cataloga de «creencias controladoras».[6] N. T. Wright va más allá cuando argumenta que la Biblia articula su cosmovisión a manera de una «historia controladora».[7] Aprendemos cuando encontramos cosas que encajan dentro de esta historia. Que veamos el mundo a través de la historia del evangelio de Jesucristo no significa que construimos una fantasía, sino que hemos descubierto el único mundo real: un mundo creado por el Verbo de Dios, en el que el Verbo de Dios ha entrado y al que el Verbo de Dios regresará. Este es el principio, el medio y el final de la «historia controladora» del cristiano.
En última instancia, tenemos que vivir esta historia para que sea plausible para los demás. Esta es precisamente la tarea de la Iglesia. Como cuerpo de Cristo, su privilegio y responsabilidad es encarnar la historia de Jesús, habitar el extraño mundo nuevo de la Biblia y actuar la nueva humanidad en Cristo. Cuando la iglesia habita la historia de Jesús, se convierte en una parábola viviente del Reino de Dios y portadora del imaginario de las Escrituras. La imaginación que está bíblicamente disciplinada y discipulada verá al mundo como es en verdad: una creación divina en la que lo nuevo en Cristo lucha por salir del viejo Adán.
En conclusión, con respecto a la cosmovisión cristiana, quizás la Trinidad no sea nuestro programa social, pero la Escritura es definitivamente nuestro imaginario social.[8]
Traducido por Déborah E. Ortiz Rivera, interprete y traductora en Church of God.
[1]Miroslav Volf, “The Trinity is Our Social Program: The Doctrine of the Trinity and the Shape of Social Engagement,” Modern Theology 14 (1998), 403-23.
[2] Mary Poplin, Is Reality Secular? Testing the Assumptions of Four Global Worldviews (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2014), 27.
[3] Herman Bavinck, Reformed Dogmatics: God and Creation vol. 2tr. John Vriend (Grand Rapids: Baker Academic, 2004), 330.
[4] James Sire, The Universe Next Door 5th ed. (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2009), 21.
[5] Charles Taylor, A Secular Age (Cambridge, MA: Belknap Press of Harvard University Press, 2007), 171.
[6] Nicholas Wolterstorff, Reason within the Bounds of Religion 2nd ed. (Grand Rapids: Eerdmans, 1988), 63.
[7] N. T. Wright, The New Testament and the People of God (Minneapolis: Fortress Press, 1992), 132-33.
[8] El material de este artículo ha sido adaptado de Pictures at a Theological Exhibition: Scenes of the Church’s Worship, Witness, and Wisdom (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2016), 17-48 and Hearers and Doers: A Pastor’s Guide to Making Disciples Through Scripture and Doctrine (Bellingham, WA: Lexham Press, 2019), 102-13.