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El diablo no quiere que estudies.

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Pues el diablo no quiere que estudies.

Más bien, el diablo no quiere que estudies bien.

Studying-book

No siempre fui un buen estudiante. Terminé la escuela superior con buen promedio, pero con poco esfuerzo. En mis estudios universitarios una vez recibí una advertencia de la administración de la universidad por mi deficiente promedio académico. Pero fue un profesor estupendo de antropología (que no compartía mi fe, ni ninguna fe) el que una vez me sentó en su oficina y me dijo: “Jules, acaso tu no crees que debes usar tu mente para crecer en tu fe y servir a otros. ¿No se supone que crees eso?”

¡Boom!

Fue como un rayo sacándome de mi lodo cenagoso intelectual. Dios habló a través del agnóstico.

Si Dios nos mueve a amarle con todas nuestras capacidades, entonces nuestra capacidad de estudiar es parte de crecer en amar a Dios (Mateo 32: 37-39). Pero el diablo no quiere que estudiemos bien. Mejor que nos quedemos en el apacible contentamiento de nuestra ignorancia. Aquí también el orgullo se arrima. Somos orgullosos de ser ignorantes, o quizás peor, ¡somos ignorantes orgullosos!

Las Confesiones

Pensaba en mi pereza para estudiar y cómo la he sobrepasado a través de los años (terminando un PhD para ver si me lo pruebo a mi mismo), y mientras leía las Confesiones de San Agustín de Hipona (gran teólogo, Siglo IV) me llamó la atención cuando en un momento de introspección, analiza por qué se rehusaba a estudiar lenguajes en su juventud.

¿Cuál era la causa de que yo odiara las letras griegas, en las que siendo niño era imbuido? No lo sé; y ni aun ahora mismo lo tengo bien claro. En cambio, las latinas me gustaban con pasión, no las que enseñan los maestros de primaria, sino las que explican los llamados gramáticos; porque aquellas primeras, en las que se aprende a leer, a escribir y a contar, no me fueron menos pesadas y enojosas que las letras griegas. ¿Mas de dónde podía venir aun esto sino del pecado y de la vanidad de la vida, por ser carne y viento que camina y no vuelve? (XIII,20.)

Agustín localiza la fuente de su pereza y aversión a ciertas letras y su estudio. Y lo hace de forma contra-intuitiva. La razón por la que no quieres estudiar, la aversión que sientes, no es la que la letra mata el espíritu. Tu problema es que tu espíritu para estudiar lo mata el pecado. El pecado es un obstáculo no solo para para una vida de virtud moral, sino para la vida intelectual y de educación. Para Agustín las configuraciones adversarias entre carne/espíritu, espiritual/intelectual, emoción/virtud, etc., son falsas dicotomías. Divisiones ficticias que reflejan más nuestros problemas en percibir la unidad holística del ser en Dios que debemos cultivar. En palabras del teólogo Francisco Moriones,

 Tanto la teología como la devoción se fundan en una misma fe; por tanto, para San Agustín, no tiene sentido la separación entre teología y vida piadosa, entre lógica y amor, entre sentimiento y conocimiento. Porque “ningún bien es perfectamente conocido si no es perfectamente amado.”[1]

¿Por qué entonces como cristianos debemos estudiar y leer más que nunca?

Porque más allá de ser una batalla contra la pereza, es una batalla por amar.

 

[1] Francisco Moriones, Teología de San Agustín (Madrid, España: Biblioteca de Autores Cristianos, 2011).